Andrés Schönbaum, presidente de la AAG: «Retener socios es muy difícil, nadie se siente atado a un club»
El golf argentino va mucho más allá de los rostros de Emiliano Grillo, Angel Cabrera, Fabián Gómez, Andrés Romero y otros tantos jugadores que buscan gloria y dinero en los circuitos internacionales. El golf es también miles de caras anónimas que juegan cada semana en sus clubes. El fanatismo por este deporte impregna tanto al scratch como al 36 de handicap, sin importar edades ni lugares de práctica. Pero no todo es tan romántico ni naíf. Hay un fenómeno que se agudizó con los años en nuestro país, que es la dificultad de los clubes para retener a sus socios. Es una batalla que el golf viene perdiendo debido a los nuevos hábitos de la gente y, sobre todo, a jóvenes generaciones que se reparten en otros intereses.
Andrés Schönbaum , el presidente de la Asociación Argentina de Golf, es consciente de la problemática. La AAG, que tiene bajo su aura a todo el movimiento amateur, observa con preocupación esta tendencia al desapego de la cuna deportiva de cada aficionado. «Retener a los socios es muy difícil. Primero porque hay una situación económica complicada, y segundo porque nadie se siente atado a un club siendo jugador de golf. En el fútbol, el que nace de Boca muere de Boca. Pero el que nace en el Jockey Club, por citar a una entidad, no muere en el Jockey. Si tiene que dejar de ser socio y pagar para jugar en otro lado un fin de semana, lo va a hacer. En el golf se perdió ese amor o esa vida de club», se lamenta el cordobés de 56 años nacido en Alta Gracia. Y lanza una autocrítica: «Quizás es porque los dirigentes no hemos sabido llevar a la familia a los clubes, que es a lo que tenemos que apuntar para mantener un buen recuerdo de la entidad».
-El golf es un deporte complicado para mantener unida a una familia, debido a los tiempos del juego.
No es para nada sencillo, pero si vos salís a jugar al golf y tu mujer está con las amigas jugando al tenis, a las cartas, cuidando a los chicos o tomando sol en la pileta se recobraría la fuerza de un club. Pero estamos yendo inevitablemente a lo que se llama el «pay and play». Es decir: llegar a un mostrador, preguntar cuánto cuesta jugar y pagar. Y terminás y te vas: no tenés cuota social, ni el problema de que tu cancha está ocupada por un torneo, o que tiene los greens pinchados o que el superintendente se olvidó de prender el riego. El handicap te sirve como pasaporte para jugar en distintas canchas y el mundo está yendo hacia eso: en las islas británicas, solo el 30% de los golfistas es socio de un club. Acá todavía llegamos a un 50%; la otra mitad juega en diferentes clubes y participa en circuitos con amigos. Y otra realidad: hay más clubes y los golfistas van mutando. Muchos tienen canchas en los countries donde viven. La gran mudanza de la gente a los countries le ha pegado a los clubes. Te puedo citar un caso: el Córdoba Golf Club. Tenía 1000 socios y hoy tiene 500. Pero de esos 500 perdió 200 golfistas, porque los otros 300 eran socios sociales. Lo mismo le pasa al Jockey, al Náutico y a tantos clubes grossos. Van mutando.
¿Qué solución se puede encontrar entonces para frenar la merma de socios?
Primero, con servicios cinco estrellas: buena parte gastronómica, reciprocidad con entidades para poder jugar en otros tres o cuatro clubes y organizar interclubes zonales y regionales para volver a despertar ese amor por tu club. Hay entidades que lo están instrumentando y les va bien. Pero además, abrir la cancha para que los no-socios jueguen y se encanten con el golf. Y también, prestarle mucha atención al desarrollo de los menores y las damas. La incorporación de ellos y ellas es una manera de que toda la familia esté inserta; es un tiro por elevación que trae sus réditos.
Pero están de por medio los numerosos costos.
Los clubes miran mucho los costos y por ahí le están sacando la vista al desarrollo. Es más fácil traer a los chicos que a los grandes. Convocar a un adulto es caro y, educarlo, mucho más.
Los clubes miran mucho los costos y por ahí le están sacando la vista al desarrollo. Es más fácil traer a los chicos que a los grandes. Convocar a un adulto es caro y, educarlo, mucho más.
¿La búsqueda por conservar socios forma parte de la agenda central de la AAG?
Por supuesto. Nosotros hacemos jornadas de gerenciamiento en las que la mitad de los disertantes hablan acerca de cómo retener a los socios y de la inventiva de las comisiones directivas para lograr este objetivo. Este tema y el de los menores son las dos puntas de lanza.
¿Cuál es el máximo objetivo de la AAG?
Es el crecimiento, y para ello apretamos las marcas a nivel difusión en los medios, tanto convencionales como no convencionales. Además, la capacitación de dirigentes, profesores de golf y staff de reglas. Tratamos de tener una capacitación global en el país, pero básicamente hay que difundir. Hay mucha gente que no sabe lo bueno y lo completo que es este deporte.
¿En dónde se ubica el amateurismo argentino competitivo en el contexto mundial?
Estamos muy bien y creciendo de a poco. Somos muy poquitos, pero obtenemos muy buenos resultados. A nivel regional venimos ganando la Copa Andes casi todos los años y, en el plano europeo, cuando fuimos a jugar a las islas británicas el año pasado, hubo buenas actuaciones con Andrés Gallegos en el Links Trophy, además de las semifinales que alcanzó Alejandro Tosti en el British Amateur.
En cuatro años de disputa, la Argentina nunca pudo ganar en el Latin America Amateur Championship, que da la clasificación para el Masters de Augusta. ¿Qué opinión le merece?
Es un título que le falta a la Argentina, más allá de algunas oportunidades que tuvimos. Debido al gran premio que otorga, es el torneo de mayor exposición de la región, es algo innegable, y ganarlo sería exhibir lo que estamos trabajando.
¿Cuál es la forma que tiene la AAG para colaborar con los amateurs argentinos más destacados por el mundo, más allá de sus coaches individuales?
El jugador argentino es completo: sabe entrenarse y competir, conoce de reglas, cómo alimentarse y qué hacer en un gimnasio. Eso nos ayuda mucho para brindarles una ayuda. La diferencia está en la cantidad de competencia que tenemos en nuestro país, sumando a la que tenemos en la región más los jugadores que mandamos a Estados Unidos y Europa. Nuestros golfistas permanecen activos.
¿La brecha que nos separa de los norteamericanos y europeos termina siendo siempre el presupuesto?
Si hiciéramos una comparación entre individualidades, no estamos tan lejos. Ahí está Alejandro Tosti en el noveno puesto del ranking mundial, más los que figuran entre el 100 y el 200 del listado. No se trata de la plata, sino de la cantidad de golfistas que disponemos. Obvio que a la cantidad se llega con dinero: con más presupuesto tendríamos más golfistas. Todo es una pirámide: si las escuelas de menores de los clubes de nuestro país, en vez de tener un promedio de 30 o 40 chicos, contaran con cien, la situación sería diferente: habría más seleccionables y los talentosos estarían bregando por una oportunidad. En el extranjero no hay escuelas de menores de nuestro estilo, sino emprendimientos privados, como las academias de David Leadbetter o de Gary Gilchrist. Allá, desde los 14 años ya se forman equipos de golf en el secundario y ni hablar en la universidad. Ese sistema les allana el camino a los que se perfilan bien.
¿Qué tan complicado resultaría copiar en nuestro país el formato de estudios y golf en la universidad, como sucede en los Estados Unidos?
Presupuestariamente es imposible. Ellos tienen la NCAA (National Collegiate Athletic Association), que es de donde sale todo el dinero para televisar los partidos de todos los deportes. Es una asociación compuesta por 1281 instituciones, conferencias, organizaciones e individuos que organizan la mayoría de los programas deportivos universitarios en los Estados Unidos. En cambio, lo nuestro es mucho más incipiente: ahora empezamos con convenios universitarios a través de ADAU, la Asociación del Deporte Amateur Universitario. Si bien no será del calibre de Estados Unidos, nuestro objetivo es que nuestros jugadores se queden en el país, consigan un título universitario y jueguen al golf.
¿Qué lectura se hace cuando nuestros principales jugadores viajan a Estados Unidos para perfeccionarse en el golf y estudiar en las universidades?
No es un exilio, sino un curso intensivo de perfeccionamiento. Está claro que hay destierro y yo lo he sufrido en carne propia con mi hijo Andy junior, a quien extrañamos hasta el día que volvió de Jacksonville University, en Alabama. No hay nada como estar en tu país y poder reforzarte. Pero no nos olvidemos de que estamos en desventaja respecto de la competencia que tienen los estadounidenses. Una universidad de buen nivel allá cuenta con 12 torneos en la temporada, más allá de que el año calendario de estudios es más corto que el nuestro: dura entre siete y ocho meses.
Cuando su hijo se fue a una universidad en los Estados Unidos, ¿cómo lo tomó?
Como algo natural y hasta bueno, porque lo largás a un sistema donde son todos iguales. Allí no hay un protegido de alguien, ni de la mamá, del papá o de los amigos. Es «andá y arreglate». Además aprende una carrera, otro idioma y otra cultura que, en el caso de que se haga profesional del golf, le facilitará insertarse al medio porque lo conocerá. Lo mismo al seguir una carrera universitaria, ya que asimila cómo viven y cómo piensan allá en el plano laboral. Y si vuelve a nuestro país, resultaría beneficioso: las grandes empresas observan con buenos ojos a un novel estudiante porque estará más capacitado para el mundo corporativo. No tengo dudas: Estados Unidos es el camino para un amateur de 18 años que aspira a ser profesional. Si bien allá no existe la calidez latina, ellos gozan de la seguridad -que nosotros no tenemos- y la capacitación. Aprenden a convivir y a resolver los problemas.
Fuente: La Nación