Marion Hollins, la golfista nacida libre
Óscar Díaz nos descubre a otra ‘ilustre desconocida’ del mundo del golf con una historia apasionante
En 2013 Darla Moore y Condolezza Rice rompían uno de los techos de cristal más infames del mundo del golf al ser aceptadas como socias de Augusta National ochenta años después de que se inaugurara oficialmente el club. Su publicitado ingreso parecía zanjar un debate tan antiguo como el propio campo y centraba el foco en otros clubes históricos de las islas británicas que aún se resistían a aceptar féminas en sus filas. Pero pocos saben que Augusta National se parecería poco a su encarnación actual si no llega a ser por una mujer de energía infinita y espíritu inquebrantable, una pionera en el mundo del golf y los negocios, una emprendedora de difícil clasificación que durante toda su vida se dedicó a derribar barreras entre mujeres y hombres en distintos ámbitos.
Marion Hollins procedía de una familia acomodada que se codeaba con los Vanderbilt y otros miembros de la «realeza estadounidense», estirpes que trataban de imitar en lo posible a la nobleza europea y que hicieron fortuna en la Gilded Age, es decir, la «Edad chapada en oro» según el término ideado por Mark Twain. Esta época de expansión económica e industrial la aprovecharon algunos empresarios y magnates —la mayoría con los escrúpulos justos— para abrirse paso y engrosar sus riquezas, que luego se bambolearían en las décadas posteriores a causa de los excesos, las quiebras y los vaivenes del mercado.
Marion, nacida en 1892 en East Islip, Nueva York, cuatro años después que el golf se estableciera de manera organizada en EE. UU., podría haber sido una heredera más de aquellos tiempos, la típica jovencita modosa a la espera de un buen mozo que se interesara por su dote, pero desde pequeña demostró un carácter indomable que le llevó a ser una de las primeras mujeres en competir en una carrera de coches o a destacar como amazona, conductora de coches de caballos, jugadora de polo de primer nivel —una de las poquísimas féminas que obtuvo hándicap masculino en esta disciplina— y golfista.
Su palmarés es envidiable. Hollins se clasificó quince veces para el U. S. Women’s Amateur, torneo que se adjudicó en 1921, además de ganar tres veces el campeonato de la Metropolitan Golf Association, venerable federación que presidió su padre, dos veces el Long Island Championship y ocho veces, récord del torneo, el Pebble Beach Championship, entre otras muchas victorias y honores. En 1932, la neoyorquina fue la primera capitana del equipo estadounidense que se impuso en la edición inaugural de la Curtis Cup, una competición que enfrenta aún hoy al combinado de Gran Bretaña e Irlanda contra el de Estados Unidos.
En el campo de golf, como complemento ideal para una potencia que aprovechaba especialmente desde el tee de salida, Hollins exhibía un talante alegre y despreocupado que la convertía en la compañera de juego ideal. No daba ninguna importancia a los trofeos, hasta tal punto que en ocasiones se los regalaba a cualquiera que se interesara por ellos, incluso a alguna doncella o mayordomo encargado de su limpieza. Incluso llegó a fundir todos los que conservaba en casa para contribuir al esfuerzo bélico estadounidense cuando su país entró en la Primera Guerra Mundial. Tampoco le obsesionaban los triunfos y solo defendía un título si encajaba en su ajetreada agenda, pero se aplicaba notablemente en la cancha de prácticas y en un anuario de 1924 se la llegó a apodar Lady Practice.
Para ello siempre supo rodearse de profesionales de primera, como Arthur Griffiths, su primer mentor, Ernest Jones, a quien fichó para el Women’s National Golf and Tennis Club, e incluso al español Ángel de la Torre, a quien propuso para Timber Point y posteriormente se llevó al Pasatiempo Golf Club, otro club que impulsó.
A Marion Hollins no la detenían los convencionalismos ni las tradiciones rancias, y su carácter independiente le llevó a chocar con su familia al empuñar la bandera sufragista o al emprender uno de los proyectos que forman parte de su legado, el Women’s National Golf and Tennis Club en Long Island. En aquella época las mujeres golfistas se enfrentaban a una dificultad añadida: los campos no estaban diseñados para ellas. Aún quedaba lejos el uso de distintas barras de salida y el establishment golfístico recurría a distintas medidas compensatorias —algunas más felices que otras— para igualar el juego, con lo que en 1922 Marion Hollins decidió plantear la construcción de un campo de campeonato diseñado para las mujeres.
La reciente ganadora del U. S. Women’s Amateur se puso manos a la obra y se implicó de lleno en el trazado, en el que incluyó «clones» de algunos de los hoyos más representativos que había jugado en ambas orillas del Atlántico. Posteriormente, pasó sus bocetos a Deveraux Emmet, responsable de la construcción final.
Fue el primer contacto de Hollins con el desarrollo de un campo de golf, pero no sería ni mucho menos el último. Mujer de éxito en los negocios, decidió instalarse en la costa oeste, en los alrededores de la península de Monterey, donde estableció una fructífera relación con Samuel F. B. Morse, pariente del creador del telégrafo y uno de los principales promotores inmobiliarios de Pebble Beach. Hollins trasladó al oeste su energía inagotable y su don de gentes, y no tardó en promover la construcción de otro club mítico: el Cypress Point Golf Club, la «Capilla Sixtina» del golf, siempre incluido entre los tres mejores del mundo en las listas de las publicaciones más reputadas.
Aunque el diseño del recorrido corrió a cargo del inmortal Alister Mackenzie, Hollins se involucró en todas las fases del trabajo e incluso se le acredita la creación del hoyo 16, el más fotografiado del golf mundial. La espuma del oleaje del Pacífico rompe contra los farallones que envuelven a este espectacular desafío, un par tres costero que asombra e intimida, y que habría sido seguramente un par cuatro en dogleg sin excesiva complicación si no llega a ser por la golfista neoyorquina. Esa era la solución que defendían los arquitectos Seth Raynor y Alister Mackenzie, una opción conservadora que exigía sobrevolar ligeramente el mar hasta alcanzar la supuesta calle.
Sin embargo, Hollins no estaba de acuerdo y defendía que debía ser un par tres por encima del océano, una oportunidad heroica que exigía un golpe perfecto de casi 200 yardas. Raynoy y Mackenzie se enrocaron y le dijeron que era un tiro imposible, pero la indómita Hollins agarró un brassie (una madera 2 actual) y pegó una bola que cruzó el agua y aterrizó en el centro de la posición en la que acabaría ubicado el green actual. La discusión quedó zanjada al instante.
Poco después, y con Cypress Point convertido en la joya que es en la actualidad, Hollins puso su certero ojo en otra finca en Santa Cruz que desarrollaría hasta convertir en el Pasatiempo Golf Club. Alister Mackenzie lo consideraba su mejor obra, y estamos hablando del arquitecto de Cypress Point, Augusta National y Royal Melbourne. Precisamente a la inauguración del campo acudió Bobby Jones para disputar el primer partido con Marion Hollins, Glenna Collett y Cyril Tolley, y en aquellos tiempos fue cuando el mejor amateur de la historia trabó relación con Alister Mackenzie y le planteó la posibilidad de colaborar en el campo que quería construir en las afueras de Augusta.
Solo por eso Marion Hollins debería figurar en la historia de Augusta National. Un par de años después, en 1931, Mackenzie quiso enviarla a inspeccionar las obras que ya estaban en marcha. Clifford Roberts, el machista y racista presidente del club, se opuso y el arquitecto le escribió una carta en la que dejó patente lo mucho que estimaba la opinión de Marion Hollins y lo necesaria que era su presencia en aquella visita. «Hemos colaborado en tres campos de golf y, además del valor de sus propias ideas, está muy familiarizada con el tipo de trabajos que me gustan. Quiero contar con su punto de vista y con sus impresiones personales acerca de cómo se están llevando a cabo las obras. No hay hombre con mejor criterio», escribió Mackenzie.Huelga decir que Hollins, pese a las reservas de Roberts, acabó visitando el campo de Georgia.
Mientras tanto, Pasatiempo hacía honor a su nombre y se convertía en un centro de actividad bullicioso que congregaba a la flor y nata de la alta sociedad californiana. Empresarios de las familias Vanderbilt, Rothschild y Chrysler, artistas de cine de la talla de Mary Pickford —la novia de América era una de las mejores amigas de Hollins—, Spencer Tracy, Douglas Fairbanks, Will Rogers o Claudette Colbert, productores como Walt Disney y deportistas como Babe Didrickson Zaharias o Bobby Jones eran habituales de un club en el que no habrían desentonado Jay Gatsby y Nick Carraway, creaciones de Francis Scott Fitzgerald.
Gracias al hallazgo de un importante yacimiento petrolífero y a sus éxitos inmobiliarios, las cuentas de Hollins estaban saneadas y no habían sufrido aún los rigores de la Gran Depresión, pero al calor de la generosidad de la golfista acudieron un buen número de aprovechados y vividores, incluido algún hermano manirroto cuyas «travesuras» estaban mejor vistas por la familia que las actividades de Marion, siempre considerada la oveja negra del linaje por su carácter independiente.
Su inagotable hospitalidad y los efectos de la crisis que barría el país finalmente hicieron mella en sus finanzas. En 1937, incapaz de recortar gastos y después de dilapidar su fortuna ofreciendo su generosidad a quien no lo merecía, Hollins empezó a sentir las primeras dificultades económicas. A este obstáculo se le sumó un funesto accidente de tráfico que sufrió el 2 de diciembre de 1937 cuando un conductor borracho chocó contra su descapotable, un suceso que le dejó secuelas físicas y, sobre todo, psicológicas de las que nunca se recuperaría.
Marion se vio obligada a vender Pasatiempo y se refugió en Pebble Beach, donde vivió sus últimos años y se fue apagando. Quedaba poco de la mujer enérgica y feliz que iluminaba todas las reuniones sociales, de la dinamo imparable que levantó tres de los mejores campos de Estados Unidos y tuvo que ver con la creación de otro templo del golf moderno, Augusta National, de la guerrera que derribó barreras e hizo suyo el eslogan de las sufragistas estadounidenses: «El fracaso es imposible».
El 28 de agosto de 1944, meses después de ser ingresada en una residencia de Pacific Grove, el alma de tantas fiestas fallecía en la más absoluta soledad. En el certificado de defunción, el médico reflejó una lista con posibles causas del fallecimiento, aunque el motivo principal y evidente había sido una hemorragia esofágica. Entre ellos añadió dos palabras que posiblemente se alejaran del canon médico pero que reflejaran fielmente la añoranza de tiempos mejores y más luminosos: «melancolía degenerativa». Un triste final para una de las mujeres más brillantes que jamás ha dado el golf.
Fuente: Golf Digest