Ser Golfista
La principal característica de los grupos deportivos es el apego a las líneas de conducta que regulan su comportamiento de actuación de manera homogénea, y el grupo de los golfistas no escapa a tal criterio por tratarse de un conglomerado de personas con un objetivo único común: jugar golf con base en reglas predeterminadas.
Por Nelson Barreto Herrera
A dichas reglas se suman: a) la etiqueta (conducta del jugador en el campo); b) las definiciones (vocabulario del golf); y, c) los apéndices (concernientes a las reglas locales, el diseño de los palos y la bola).
Sin embargo, la preocupación que reviste mayor relevancia es la concerniente a la etiqueta. Ella es la estrella más brillante en el universo del mundo golfista. De nada le vale a un golfista profesional, por exponer algún ejemplo, que a pesar de demostrar total dominio y amplia destreza y conocimientos técnicos del golf, se destaque por un comportamiento grosero, altanero y no acorde con la conducta de la caballerosidad. El golfista debe demostrar ser Señor.
Es más fácil ser doctor que Señor. Doctor es todo aquel que vaya a una universidad; pero Señor… para serlo hay que saber hablar, saber comportarse, saber comer, saber vestirse, saber sentarse, saber escuchar, saber caminar, saber jugar, saber… muuuchaas cosas; y en universidad alguna no enseñan tales “saberes”. Por algo llaman al golf “el juego de caballeros.” Es un eterno campo de enseñanza y aprendizaje. El golfista se hace. Serlo no es fácil. Requiere superación como base esencial en todos los aspectos. El auténtico golfista no solamente es aquel que profesionaliza el juego como modo de vida, sino también el aficionado con genuino estilo de procedimiento deportivo y social al jugar golf. Lo contrario sería equiparable con la calidad de ser un golfo (el DRAE lo traduce como deshonesto, pillo, sinvergüenza), quien ha devenido a conformar otro tipo de “golfista,” concepción ficticia que definiría muy bien a los “tramposos” (que los hay) en el supuesto caso de que existiera la palabra “golfismo”; es decir, que el tal otro “golfista” sería un practicante del “golfismo” aludido. Afortunadamente conforman minoría. Gracias a Dios.
En el mundo de hoy día la calidad de ser golfista trasciende un concepto de mayor envergadura en la acción individual de sus practicantes. Ser golfista equivale a la posesión de un señorío a carta cabal. Es sinónimo de caballero, con dominio y libertad en el obrar de sus acciones distinguidas con elegancia, portador de conocimientos del mandato ético exigido y practicante de las reglas de urbanidad en el ejercicio del golf.
La cualidad de golfista no implica necesariamente el dominio de las normativas conductuales de referencia. Ellas no son inculcadas en las clases de golf, como tampoco son enseñadas en la universidad para ser doctor. Su aprendizaje se encuentra relacionado estrechamente con el instinto de superación personal. Constituyen la pócima contra la cura de la ignorancia del comportamiento debido, independientemente de la elección del golf como profesión, acaso un mero ejercicio físico o devenido en práctica deportiva adicional.
El pertenecer al mundo golfista no conlleva únicamente conocer las más simples y sencillas reglas del “silencio” del momento, el grito estentóreo del “fore” oportuno, el “conteo” de los golpes y el significado de “par”, “bogey” o “birdie.” El golf es mucho más que eso. Jugarlo no es fácil, ni por su ejecutoria ni por sus ejecutantes. Es imperativo señalar que la conversión a golfista deviene en una transmutación de una nueva personalidad, la cual debe traslucir un hondo significado de mejoramiento y superación de la anterior, misma a la cual se renuncia por cambios con apetencias de mesura y portes en las acciones uniformes del jugador de golf. Por ello, extraña y es recriminante cuando se observan -en especial por televisión- algunas burdas acciones cometidas por golfistas profesionales en pleno juego. Ningún golfista, profesional o no, debe perpetrar signos que tiendan hacia un comportamiento indebido, impropio o incorrecto. Además de ridiculez, entraña indignación y brinda crasos ejemplos a los aprendices. La malcriadez debe dejarse en casa al salir a jugar. Lo cortés no quita lo valiente. La transformación a golfista implica, en grado superlativo, la mutación de lobo en la casa/oficina por la de oveja en la Casa Club. La negación o tozudez en la aceptación de metáfora semejante supone, sine qua non, el rechazo a la convivencia socio-deportiva y a los valores intrínsecos del golfista. En la acera de enfrente se ubican los transgresores. La elección por una recta conducta golfista es libre y voluntaria. La imponen y la ejercen la educación y la cultura de cada quien. Para quienes eligieren ser verdaderos golfistas, las inscripciones están abiertas. Ah!… son gratuitas y no duelen. Únase. Acompáñenos. Seamos mayoría.-