Si no es difícil, ¿no es buen campo?
En una conferencia que di hace poco, salió el tema de lo caro y extensos que son los campos de golf modernos, que inclusive inhiben que el jugador pueda caminar mientras juega.
Por Agustín Pizá
La percepción actual de que los campos son más largos debido a la modernidad de los bastones y las pelotas, es equívoca. Aunque sí son factores que repercuten, realmente la tecnología ha afectado más en los ajustes a lo ancho del campo de golf. Al tener a los golfistas de fin de semana que le pegan a la pelota más lejos pero no necesariamente más derecho, los corredores se tuvieron que ampliar de 90 a 120 metros (400 pies). Peter Kostis, analista e instructor de golf estadounidense, menciona que el verdadero problema comenzó hace más de 50 años y el negocio de hacer los campos más largos penetró la industria como la humedad.
Robert Trent Jones, arquitecto norteamericano de campos de golf, tuvo la asignación de rediseñar el campo de Oakland Hills en 1950, para hacerlo más difícil –precisamente después del comentario de Ben Hogan tras ganar el abierto de Estados Unidos, donde enfatizó lo fácil que fue ganar, gracias a las condiciones favorables del campo–.
A partir de ese comentario, los golfistas comenzaron a confundir la dificultad de un campo con su calidad. Incluso, Kostis comparte que las listas de popularidad que hoy en día se conocen como «Los mejores campos», en ese entonces se promocionaban bajo el título de «Los campos más difíciles». La percepción se tornó a que un campo de golf no podía ser bueno si no era difícil. Y, de repente, ya no fue suficiente disfrutar una ronda de golf en un campo bueno.
Otro factor importante que comenzó en Estados Unidos, durante la década de los 60, fue la llegada de las comunidades maestras, en las que mezclan campos de golf con complejos para vivienda. Durante este movimiento –y en la mayoría de los casos– el objetivo principal no era realmente diseñar o construir una buena cancha de golf, sino vender más lotes y casas. Así que se les hizo fácil a los desarrolladores y vendedores proponer que se alargara el campo. Comenzaron a hacerlo no sólo dentro de la estrategia de Tee a Green, sino de Green al siguiente Tee. Con esto, consiguieron meter más vivienda premium frente al golf y dieron paso irreversible al uso obligatorio de carritos ya que los campos comenzaron a ser “incaminables”. Olvidaron que el golf es un deporte y debe ser diseñado para caminarlo. A partir de ahí, el golf dejó de verse como un deporte y se percibió más como estatus.
Durante los 40 y 50, tanto México como en Estados Unidos, un campo de golf se construía dentro de 40 hectáreas. Por ejemplo, los campos campestres que aún tenemos en cada ciudad. Regularmente se construían en menos de seis meses y costaban menos de 2 millones de dólares. Hoy en día, un campo exige por lo menos 65 hectáreas, tarda 18 meses en promedio para construirlo y su costo no baja de 8 millones de dólares. Además, de acuerdo a “expertos”, si no mide más de 7,000 yardas la gente no lo ve como “de campeonato». Eso gracias a la aportación de los diseñadores célebres de la década de los 80 y 90. Precisamente en esa época, la filosofía de «entre más difícil, es un mejor campo» estaba en pleno apogeo. Pete Dye, renombrado diseñador mundial de campos de golf, terminó de darle el último empujón al fenómeno de la magestuosidad cuando diseño el PGA West. Un proyecto en el que le comisionaron específicamente diseñar el campo de golf más difícil posible, debido a que los desarrolladores querían «hacer ruido».
Peter concluye –y coincido con él– que culpar a la nueva tecnología en equipo y bastones, de que los campos sean más largos actualmente, es una falta de perspectiva histórica por nuestra parte. Afortunadamente, el respeto por la naturaleza y la falta de tiempo para jugar en los últimos cuatro años está forzando retomar el diseño con consciencia que ofrezca campos de golf caminables, más económicos, más cortos y más divertidos.