¡Adiós, Maestro!
Qué suerte que ese día le pedí el guante a Don Roberto. Mi viejo me lo sugería, pero nunca fui de guardar recuerdos. Le llevé los palos a Cabrera y no tengo ni una foto; jugué en el Tour Europeo y me cuesta encontrar una prueba que lo certifique; estuve con Tiger y Jack, pero nunca me firmaron nada. Pero por algún motivo, esa tarde le pedí a De Vicenzo que me firmara el guante. Se lo había prestado para jugar unos hoyos. Era martes, la vuelta de práctica del Abierto de la República. Esta historia no podría haber ocurrido en ningún otro lugar: el Jockey Club de San Isidro. Habían pasado 35 años, pero al verlo parado en el tee del uno me volvió la imagen a la mente. La foto más famosa del golf argentino: De Vicenzo parado en el tee del uno en el mundial del 70. La versión nacional del hierro 1 de Ben Hogan en Merion. ¡Qué prestancia! ¡Qué stance! ¡Qué Maestro!
Aquel día, junto con Rafael Echenique y Vicente Fernandez logramos convencer a Roberto para que nos acompañara. “Sólo un hoyo,” le rogó El Chino, sabiendo que era como tentar a un nene con un primer cuadradito de chocolate. Lo invitábamos a jugar al golf, su pasión, y entonces Roberto me pidió el guante.
De no ser por el bogey del 6 que cortó su racha de pares, hubiera jugado los 18 hoyos. ¡Qué calidad! A los 82 años hizo 5 pares en un campo preparado como para jugar un US Open; donde sólo dos jugadores terminaron bajo el par para los 72 hoyos del torneo. He jugado desde chico con Roberto en varias oportunidades y su pasión por este juego fue siempre lo que más me impactó. Debieron ver sus ojos esa tarde. La intensidad de su mirada parecía mandar la pelota hacia el hoyo. Hoy, al saber que ya no está, me doy cuenta de cuánto vale mi recuerdo. Con su partida el valor emocional de ese guante se agiganta.
Hoy es el día más triste en la historia del golf argentino. Sobre todo para los que hacemos del golf nuestra profesión. Es verdad que El Maestro, a sus 94 años, estaba más cerca del hoyo que del tee de salida, como a él le gustaba decir. Sabíamos que a esa edad esto podía suceder. Pero el cachetazo de la realidad al escuchar la noticia duele infinitamente. Mucho más que esa tarjeta errónea firmada el domingo de Augusta.
Hoy se nos fue Don Roberto. Quedará su leyenda. Los que tuvimos la suerte de compartir momentos con él, heredamos la obligación de contar sus historias. Va a ser a través de éstas que El Maestro continuará, de alguna manera, estando con nosotros. Si sos golfista, o sólo argentino, mira para arriba y agradécele. Nadie flameó la bandera de nuestro país tan alto, tantas veces, ni en tantos países distintos. Y cuando digo nadie incluyo al resto de las figuras de los otros deportes.
El Maestro fue el golfista que más campeonatos profesionales ganó en la historia del golf. Más de 230 torneos por todo el mundo. No hay deportista alguno que haya ganado con la regularidad y la variedad que lo hizo De Vicenzo. Es verdad que no todas esas victorias fueron en el PGA Tour o el Tour Europeo, pero justamente eso es lo que lo hace distinto. Jugó y ganó por todo el mundo. No hay lugar en la Tierra por donde Roberto haya pasado y no haya dejado una marca. Se puede decir que De Vicenzo fue un verdadero embajador.
Carismático, ganador, pícaro y muy trabajador. Al igual que Ben Hogan, Roberto practicaba mucho en una época donde no se practicaba. Mi padre solía contarme una historia en la cual Roberto, líder por varios golpes faltando una vuelta, era el único tirando pelotas mientras el resto de los jugadores tomaba algo en el bar. “¿Tan malo soy?” preguntaba en voz alta Roberto, siempre interactuando con el público que se acercaba a verlo practicar. “¿Tanta ventaja me tienen que dar?” insistía El Maestro. Líder por siete golpes, y el único trabajando bajo el sol.
Sus bolas parecían calcadas con tres metros de draw. ¡Qué pegador de pelota! Tenía manos grandes y talentosas, y unos antebrazos que le ganaron el apodo de “Popeye”. Era físicamente perfecto para el golf.
Su obra cumbre fue aquel Open del 67. Ese día, el de las medias coloradas, logró no sólo dominar al Royal Liverpool Golf Club en Hoylake, sino que los escoltas, que en sus carreras sumaron 27 campeonatos mayores, tampoco pudieron con él. Ese 14 de Julio, El Maestro tocó su mejor sinfonía.
Su swing comenzaba con un pequeño sway (lease hamacada) para después quedarse centrado dandole mucho giro a sus caderas y hombros. Dueño de un movimiento de piernas que hasta Sam Snead envidiaría. Su codo derecho parecía pegado a la cadera en el impacto. Su elegante finish, con el hombro derecho bien alto, era simplemente el postre de un swing admirable. En su momento, John Jacobs, nada menos que “The Golf Doctor”, lo consideró el mejor swing del mundo.
Roberto pasaba horas en la práctica de su querido Ranelagh Golf Club puliendo su swing. Conociendo su tendencia, practicaba con fade. Sabía que bajo presión el draw aparecería. Un golfista completo. Es verdad que fallaba algún putt corto de vez en cuando. Pero no nos confundamos, nadie gana más de 200 torneos sin embocar putts.
No sólo sus triunfos nos dejaron bien parados. Su derrota más conocida (¡Perdón, Maestro, hasta en su último día se lo tenemos que recordar!) mostró su cara más noble. Es sabido que en las malas uno ve el verdadero carácter de la gente. Nada desnuda a una persona más que cuando está en su punto más bajo. Roberto mostró pura clase cuando cometió aquel fatídico error de firmar la tarjeta equivocada. Era el día de su cumpleaños. Arrancó con un águila (2) en el primer hoyo de Augusta National. El público presente en ese green empezó a cantarle el feliz cumpleaños. Hizo 65 pero le anotaron 66. Nunca se dio cuenta. Lo que parecía la vuelta soñada, terminó siendo una pesadilla que lo iba a acompañar por el resto de su vida. No culpó a nadie. Asumió toda la responsabilidad del error (algo que el golf enseña pero no todos aprenden). Cuando lo más fácil hubiera sido buscar alguna excusa, le enseñó al mundo cómo se pierde con altura. Roberto, ese día, se hizo y nos hizo más grandes. En 1970 la USGA lo homenajeó con el premio Bobby Jones, la máxima distinción a la caballerosidad deportiva. Los que saben quién fue Bobby Jones entienden lo que esta distinción significa.
Adiós Maestro. Hasta siempre. El golf argentino y mundial hoy se visten de luto. Mientras tipeo con tu guante puesto en la mano izquierda, sólo espero que al secarme las lágrimas no se borre tu firma.
Fuente: ESPN Deportes
Hernán Rey es comentarista de golf de ESPN TV. Como golfista fue campeón sudamericano juvenil en 1993. Gracias al golf consiguió una beca en la Universidad de Jacksonville State, en los Estados Unidos, donde fue campeón de la Trans Atlantic Conference, individual y por equipos. Compitió 13 años como profesional en más de 50 países. Fue miembro del Tour Europeo entre 2005 y 2008. Ganó cuatro veces en el Golden Bear Tour y el Gateway Tour, y 11 veces en el Minorleague Tour. Actualmente es coach en la academia de Hernan Rey Golf.